Comentario
CAPÍTULO VI
Hubo, sin embargo, una tribu que hurtó el fuego entre el humo, y fueron los de la casa de Zotzil. El dios de los cakchiqueles se llamaba Chamalcán y tenía la figura de un murciélago.
Cuando pasaron entre el humo, pasaron suavemente, y luego se apoderaron del fuego. No pidieron el fuego los cakchiqueles porque no quisieron entregarse como vencidos, de la manera como fueron vencidas las demás tribus cuando ofrecieron su pecho y su sobaco para que se los abrieran. Y ésta era la abertura que había dicho Tohil: que sacrificaran a todas las tribus ante él, que se les arrancara el corazón del pecho y del sobaco.
Y esto no se había comenzado a hacer cuando fue profetizada por Tohil la toma del poder y el señorío por Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui-Balam.
Allá en Tulán Zuiva, de donde habían venido, acostumbraban no comer, observaban un ayuno perpetuo, mientras aguardaban la llegada de la aurora y atisbaban la salida del sol.
Turnábanse para ver la grande estrella que se llama Icoquih, y que sale primero delante del sol, cuando nace el sol, la brillante Icoquih, que siempre estaba allí frente a ellos en el Oriente, cuando estuvieron allá en la llamada Tulán Zuiva, de donde vino su dios.
No fue aquí, pues, donde recibieron su poder y señorío, sino que allá sometieron y subyugaron a las tribus grandes y pequeñas, cuando las sacrificaron ante Tohil y le ofrendaron la sangre, la sustancia, el pecho y el costado de todos los hombres.
A Tulán les llegó al instante su poder; grande fue su sabiduría en la oscuridad y en la noche.
Luego se vinieron, se arrancaron de allá y abandonaron el Oriente. -Ésta no es nuestra casa, vámonos y veamos dónde nos hemos de establecer, dijo entonces Tohil.
En verdad les hablaba a Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui Balam. -Dejad hecha vuestra acción de gracias, disponed lo necesario para sangrares las orejas, picaos los codos, haced vuestros sacrificios, éste será vuestro agradecimiento ante Dios.
-Está bien, dijeron, y se sacaron sangre de las orejas. Y lloraron en sus cantos por su salida de Tulán; lloraron sus corazones cuando abandonaron a Tulán.
-¡Ay de nosotros! Ya no veremos aquí el amanecer, cuando nazca el sol y alumbre la faz de la tierra, dijeron al partir. Pero dejaron algunas gentes en el camino por donde iban para que velaran.
Cada una de las tribus se levantaba continuamente para ver la estrella precursora del sol. Esta señal de la aurora la traían en su corazón cuando vinieron de allá del Oriente, y con la misma esperanza partieron de allá, de aquella gran distancia, según dicen en sus cantos hoy día.